H, Matamoros, Tamaulipas:

Los “quizás” de Andrés Manuel



Casi todos los ciudadanos que habitamos México, sabemos que Andrés Manuel López Obrador nació en el sureño estado de Tabasco y que los frondosos bosques y abundantes aguas, el azul claro de los cielos impregnados de caprichosas nubes blancas y las calles sin pavimento donde jugó al beisbol con alguna pelota de plástico duro con sus amiguitos de barrio,  rodearon su infancia.

Muchos también conocen, por los múltiples libros que se han escrito sobre él, que en Macuspana vivió cerca de la pobreza y de la gente humilde, aunque pocos saben que su padre nació en España y que salió de la madre patria cuando estalló la guerra civil española.
Quizás por eso es fácil reconocer, comprender y entender que en esas cercanías aprendió a ser sensible al dolor humano.

Andrés Manuel conoció y vivió de cerca el sistema político mexicano impuesto por el Partido Revolucionario Institucional de Plutarco Elías Calles. El vértice de ese sistema se sustentó durante muchos años en una presidencia de la república fuerte y omnímoda que sometió al partido único, el PNR. PRM y PRI  y lo convirtió en su brazo político electoral. Supo y aprendió que esta relación provocaba un sincretismo avasallador. Entonces, el triunfo inobjetable de los candidatos del partido de la revolución mexicana, se hizo con el tiempo, efecto imprescindible en las contiendas electorales.

De joven estudio en la universidad pública, en la máxima casa de estudios del país, la Universidad Nacional Autónoma de México. En sus pasillos siguió cerca de los menos favorecidos, de esa clase que batalla para conseguir el costo del pasaje del autobús y que ingesta raciones de pocas proteínas y que a la larga, inhibe el aprendizaje y acelera la irritación de la personalidad. Ahí entre sus muros, estudió la carrera de Ciencias Políticas. En el análisis del pensamiento de los filósofos contemporáneos entendió que los efectos del sistema económico impuesto por las élites del gobierno aliadas con el segmento empresarial, eran injustas e inequitativas.

Quizás en esos momentos empieza a impregnarse con la idea de hacer algo para que las cosas cambien.

López Obrador llegó a presidir el PRI en su estado natal. En esos momentos, traveseó las reglas del juego a la perfección. Se sometió a la fuerza avasalladora del gobernante en turno y cultivó la paciencia mientras las aspiraciones personales iban de acuerdo a su mismo tiempo. Pero la posibilidad de ser gobernador de su estado se diluyen porque el sistema empieza a cerrar las oportunidades a los de abajo, a los que menos tienen y a Andrés Manuel no le gustó el rumbo vertiginoso de su partido dentro de la geometría política: la derecha.

Y como estudioso del sistema a través de la política como ciencia, sabe que en el mundo se gesta la irrupción a los gobiernos de américa latina, de los que piensan que el Estado debe ser tan sólo un ente vigilante y en el mayor de los casos, regulador.

Quizás ahí es cuando verdaderamente decide romper con su partido original.
La idea de empezar el trabajo fecundo para formar otro partido político que pudiera ser auténticamente democrático sin dejar la ideología revolucionaria en que nació le conmovió hasta la acción perpetua. Aceptó entonces, que origen es destino y que era más que difícil abandonar de tajo la idea de que la revolución es un acto del colectivo para remendar las desviaciones que esa maldita derecha impone, no sólo en México, sino en el mundo entero.

Y un día cualquiera, después de pensarlo bien y de haber participado en varias sesiones conspiratorias, Andrés Manuel rompe con el PRI. Ese partido, su partido que en algún tiempo le incitó a pensar que por la vía institucional se podría lograr un verdadero cambio.

Ya en la oposición, López Obrador logra insertarse en los órganos de decisión del Partido de la Revolución Democrática. Desde ahí, piensa que va a lograr dominar la región que más votos produce, el DF y de ahí, el resto de la nación. En su periplo hacia su sueño de ser presidente de México, rompe con quien sea y se alía con cualquiera, porque el objetivo era, es y seguirá siendo, quizás reimponer la dictadura del proletariado, de los que menos tienen en la conducción del gobierno.

Quizás ahí, Andrés Manuel no se percató que nuevas fuerzas políticas irrumpieron en el mundo de la vida pública: los medios masivos de comunicación.

Y como Quijote que pelea contra molinos de viento, el niño de Macuspana peleó duro contra los que todo lo pueden y después de 2 intentos de ser el primer mandatario y quien pudiera incidir en los cambios, por fin entendió que la paciencia, esa que despechó en su juventud, es la única alternativa para llegar a donde quiere llegar.

Quizás, en su nuevo discurso en el Zócalo, Andrés Manuel ya aceptó jugar con las nuevas reglas del juego: la mesura.

Y lo dijo a su gente: nadie debe perder la esperanza y que la derrota es tan sólo una condición que los debe elevar a seguir en la búsqueda incesante del alcanzar sus objetivos.
Y así abandona al PRD sin resentimientos, no como cuando se fue del PRI y se espera funde otro que se acerque más a sus deseos: MORENA.

Pero es quizás el fantasma del ex presidente de Brasil, Ignacio Lula D Silva, quien verdaderamente ronda y habita en la mente de López Obrador.

Si ese fuera el caso, tarde, pero la lección ya fue aprendida por Andrés Manuel.
Compartir en Google Plus

Editores periodico frontera

0 comentarios: