Por John Kerry,
secretario de Estado
El mes pasado en la Ciudad
de México pude recorrer los salones del Palacio Nacional y no pude evitar
sentir el impacto de los poderosos murales de Diego Rivera que describen cuatro
siglos de la historia mexicana, un destacable testamento de su larga jornada
desde la subyugación a la floreciente democracia.

La pasada década ha
sido un relato de logro democrático y económico en América Latina y el Caribe.
Las economías de la región crecieron en una tasa de un cuatro por ciento al
año, el comercio con Estados Unidos casi se triplicó y más de 73 millones de
personas pudieron salir de la pobreza.

Cuando Estados Unidos
se suma esta semana a otros gobiernos del hemisferio en la asamblea anual de la
Organización de los Estados Americanos, en Asunción, Paraguay, podremos
celebrar merecidamente el progreso económico de la región y destacar el lazo
claro entre democracia y prosperidad.
Pero al celebrar las
ganancias debemos mantener la atención en el camino por delante. La senda que
precisamos seguir es clara como el cristal. Los líderes de todo el hemisferio
necesitan poner de lado las diferencias raciales en favor de la inclusión,
abogar en favor de los derechos de la mujer y reconocer que la orientación
sexual es un asunto privado. Deben favorecer el progreso económico con la
apertura de los mercados al libre comercio y ampliando las oportunidades para
la gente joven dispuesta a incorporarse al mercado laboral.
Estados Unidos está comprometido a trabajar con nuestros asociados para lograr esas metas. Es por ello que apoyamos iniciativas como la Red Interamericana de Protección Social, que promueve prácticas óptimas y el acceso de grupos vulnerables a los servicios básicos en el hemisferio. Es por ello que somos el apoyo directo de asociados en todas las Américas, como con la enorme inversión, plurianual, que estamos haciendo para mejorar los esfuerzos de Colombia para mejorar el acceso a una mejor justicia y combatir las violaciones a los derechos humanos en regiones que se recuperan del conflicto.
Y es por ello que el
presidente Obama creó la iniciativa Fuerza
de 100.000 en las Américas, que pretende aumentar drásticamente la cantidad
y diversidad del intercambio de estudiantes en todo el hemisferio. Invertir en
la educación y las oportunidades para la gente joven es invertir en el futuro
del hemisferio.
El desarrollo
inclusivo requiere instituciones democráticas eficaces y que rindan cuentas. Exige
el confiable tipo de liderazgo que la Organización de los Estados Americanos ha
demostrado al monitorizar con sus expertos las recientes elecciones presidenciales
en Panamá y Colombia. Por medio de su destacable Sistema Interamericano de
Derechos Humanos, la alianza defiende la libertad de expresión, protege a la
sociedad civil y obliga a todos los gobiernos del hemisferio, incluido el mío,
a cumplir los principios democráticos universales.
Esta tarea es
particularmente importante cuando algunos han propuesto la falsa opción entre
desarrollo y democracia. De hecho, las Américas han demostrado que lo opuesto
es verdad: que la gobernabilidad democrática y que rinde cuentas es el camino
más seguro para ampliar las oportunidades sociales y económicas.
Por supuesto que la
paz, la seguridad y el desarrollo son los objetivos básicos de la propia OEA,
razón por la cual sigue siendo la alianza regional más antigua y vibrante del
mundo. Pero no podemos quedarnos en el pasado. Todos los miembros de la OEA
deben duplicar sus compromisos con esos objetivos.
Estados Unidos está
profundamente comprometido a trabajar con nuestros socios en la OEA para
asegurarnos de que el progreso continúe y se cumpla la Carta Democrática
Interamericana en su totalidad. Es por ello que la Asamblea General de la OEA
fue mi primera visita al hemisferio el año pasado, luego de asumir el cargo de
secretario de Estado. Y es por ello que le he pedido a la vicesecretaria de
Estado Heather Higginbottom que represente a Estados Unidos en la reunión de
esta semana en Asunción.
Podemos estar
inmensamente orgullosos de la trayectoria positiva del hemisferio. Pero para
que esa trayectoria siga adelante, Estados Unidos y nuestros asociados en la
OEA deben adherirse muy de cerca a nuestros valores comunes de inclusión y
democracia. Los ciudadanos de nuestro hemisferio no se merecen nada menos en un
momento en que es posible hacer mucho más.
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