Escenarios,,,miguel de la rosa
La poetisa
mexicana Guadalupe Amor, nació en la capital del país en el seno de una familia
aristócrata a la vieja hechura del Porfiriato, pero que el movimiento
revolucionario iniciado en 1910, les arrebató la fortuna.
Pita, el diminutivo del diminutivo de Guadalupe, fue la menor de
esa familia y vivió una vida prolongada, que ella misma consideró al envejecer
como una verdadera enfermedad. A esa
condición señaló en una entrevista: “La vejez es en sí misma es una enfermedad,
¡La más cruel! Yo siento que la vejez me ha ido desfigurando horriblemente.
Cuando se llega a esta edad una siente un vago cansancio general, también se
adquiere un sentimiento de desprecio… yo desprecio a este cuerpo que me cansa,
que no me sigue el paso, este cuerpo que no me deja seguir siendo Guadalupe
Amor, a mí, ¡Yo soy la más joven del mundo! ¿Cómo pude haber llegado hasta ahora?
¿Cómo pude haber llegar a esto? ¿Cómo pude llegar a envejecer así? ¿Cómo si soy
infinita?
La señora Amor se expresó sobre la nada, la soledad, el amor
furtivo y sobre la naturaleza y el México de sus antepasados lo convirtió en la
sede de sus inquietudes, pero el predominio de haber leído a Sor Juana Inés de
la Cruz, a Miguel Ángel de Quevedo y a Luis de Góngora y Argote, habría de
influenciarla en su poesía.
En su tiempo, se calificó a sí misma como la mujer más bella de
México y con ello, se ganó a pulso la denominación de una mujer excéntrica.
“Soy dueña del universo, por lo invento en mi verso”, llegó a expresar.
Se dice que en franco desafió a la cerrazón de la sociedad de su
tiempo, aceptaba no usar ropa interior y andar desnuda bajo su abrigo de mink.
Con la libertad de sus poemas, afrontó estoicamente la crítica y se dejó
seducir por la ligereza de su temple, producto de haber vivido una infancia
sumida en la nostalgia de las riquezas que su familia poseyó y en su Letanía de
mis Defectos, se agrede y acepta: “Soy
vanidosa, déspota y blasfema. Soberbia, altiva, ingrata y desdeñosa, pero
conservo aún la tez de rosa. La lumbre del infierno a mí me quema. Es de
cristal cortado mi sistema. Soy ególatra, fría, tumultuosa. Me quiebro como
frágil mariposa. Yo misma he construido mi anatema. Soy perversa, malvada,
vengativa. Es prestada mi sangre y fugitiva. Mis pensamientos son muy
taciturnos. Mis sueños de pecados son nocturnos. Soy histérica, loca
desquiciada; pero a la eternidad ya sentenciada.”
Su relación con los intelectuales, artistas, escritores y
personajes de su época motivaron la valoración como la Undécima musa. Amiga de
Picasso, de Dalí y pintada por Diego de
Rivera y Raúl Anguiano, en su plena desnudez, la proyectaron como una mujer
singular adelantada a su tiempo, porque donde Pita se paraba, el estruendo le
seguía. De ella, la escritora Elena Poniatowska llegó a decir, que: “a Pita
siempre le costó adaptarse al mundo, siempre fue la voz que se aísla en la
ciudad del coro”.
Como hecho insólito, a la publicación de su primer libro, Yo soy
mi propia casa, el ilustre filósofo y escritor, Alfonso Reyes la apadrinó y le
valió elogios de Alberto Camus y del mismo Jean Paul Sartre. Este poema refleja
la soledad que le brindó ser ese tipo de niña odiosa que siempre existe en
cualquier círculo social y que llegó a acuñar la frase: “No tengo por qué ser
buena, bastante hago con ser genial”. Y en su poema, escribe como si quisiera
gritar y exculpar ese sentimiento de angustia por no haber sido lo feliz que pudo
ser: “Casa redonda tenía, de redonda soledad: al aire que la invadía, era
redonda armonía de irrespirable ansiedad. Las mañanas eran noches, noches
desvanecidas, las penas muy bien logradas, las dichas muy mal vividas. Y en ese
ambiente redondo, redondo por negativo, mi corazón salió herido y mi conciencia
turbada. Un recuerdo mantenido, redonda, redonda nada”.
Pita se abrogó el derecho a no decir lo que sentía. Y así como en
las mañanas se vistía estrafalaria, en las noches deambula por las calles de su
ciudad para llegar a crear poesía de lo que ve en cualquier papel. Y más allá:
su maternidad fracasada, le agrió el sentimiento y quebró el carácter jovial.
Entonces, desafía y es ella misma sin cortapisas. Se paró al lado de María
Félix, y se comparó y se vio más bella y sobre todo, más inteligente y lo dijo
a quien quiso escuchar.
Quizás la muerte para Pita fue una liberación conquistada a base
de ser creativa. Pocas como ella, lograron transgredir la barrera de la
imposición social y llegar a ser considerada como una Artista, con A mayúscula.
Con la muerte de Pita Amor, se enterró toda una Era, también con E mayúscula. Ella misma escogió su forma de explicar lo que
dejar de existir le significaba cuando en 1947 escribe, muy adelantada a su
partida: “Muerte y Vida sois en mi la misma inquietud doliente, el mismo
trayecto ardiente que nace donde termina; una fuerza que domina en idénticas
porciones. Vida y muerte son pasiones, un sólo círculo hacéis, si distinta
parecéis, engaño es de cercanía”.
Pita Amor murió sola en casa de sus padres en Abraham González 66
en el Distrito Federal. Fue esa soledad
que ella misma escogió como su gran compañera, la que le ayudó a ser la gran poetisa que quiso
ser.
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