En Escena…
Miguel de la Rosa
El poeta granadino, Federico
García Lorca, le cantó, y sin pudor, al amor cosmopolita. Ese amor de los de
arriba, de la gente que se nota.
Desde Nueva York, viviendo en las entrañas de la ciudad
que nunca duerme y viendo la cotidianidad pasar cual tren veloz sin paradas
intermedias, le dedicó una sensible Oda a Withman, aprovechando la languidez
que la metáfora permite. Con esta alabanza al “viejo hermoso” que fue el poeta
estadunidense para Lorca, acepta que lo ve a diario, que no deja de mirarlo y
contemplar a plenitud, cuando las palomas reposan en su barba blanca que ve hacia
el norte.
En
la Oda al insigne poeta, el dramaturgo le escribe: “Ni un sólo momento, Adán de
sangre, macho, hombre sólo en el mar, viejo hermoso, Walt Withman, porque por
las azoteas, agrupadas en los bares, saliendo racimos de las alcantarillas,
temblando entre las piernas de los Chauffeurs girando en las plataformas de
ajenjo, los maricas, Walt Withman, te soñaban”.
Federico
es español y reconocido como hombre de luces que se vacía en la poesía y en la
pintura. Vino al mundo en 1898. Vio pasar a la generación del 98 en sus
mocedades, pero aún así, los gigantes de su tiempo influyeron en él. Lo fueron
moldeando a ser quien quería ser, para que brotara su talento, de otra forma,
no hubiera podido ser.
Lorca,
fue libre por dentro y por fuera.
Se
atrevió a meterse en los adentros de esa raza cuestionada: los gitanos. Con su
obra poética, Romancero Gitano, nos comunica como son, que les hacen, como
sufren. Sabe que la autoridad civil los persigue y por eso, adopta su lucha y
grita un ya basta con la única arma que conoce y tiene: sus letras.
Del
monocromático verde, saca a relucir su testarudez y quizás, porque no, su
propia inmadurez, pero también en la repetición del vocablo afirma su carácter
y su fe en lo que persigue, desea y hasta logra, cuando escribe: “Verde que te
quiero verde, Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar, el caballo en la montaña”.
El
teatro fue el ágora de su talento. En el se dio a sí mismo y en el, se dio todo
y a todos. Fue a través de la representación de otros que nos mandó decir; soy
Lorca y soy para ser.
García
Lorca, transmite y plasma el conocimiento de su patria rural. Intuye la España
prerrevolucionaria y anticipa la conservación de orden exigida por una sociedad
rígida que no quiere cambiar. Es a través de la violencia psicosocial, en
“Bodas de Sangre”, como describe la sensación de esa lucha entre lo rural y
urbano y también entre el amor y el odio. Es en el conflicto de los novios en
los 4 actos de su obra cumbre donde el dominio de la crisis estalla en la muerte.
Pero de otra manera, Lorca no hubiera podido lograr transmitirnos la pesadez
del orden establecido.
Lorca
sedujo al amor más allá de las barreras y de las buenas costumbres impuestas
por sus coterráneos. Sabía y supo a
plenitud el riesgo de anteponerse a ellos y decidió ser, para ser. Distinguió
que adelantarse a su tiempo y aceptarse en sus preferencias sexuales tal y como
su ser le obligaba a ser, le costaría la vida. Entonces, vivió en el desafió de
ser Lorca, para vivir como Lorca, y así,
trascender.
Un
hombre de la talla de Lorca, tenía que provocar polémica y alboroto. Fue
demasiado grande para irse sin retarnos a seguirle. Entonces, su obra se
multiplicó y se supo de él, como lo deseó.
Al
Lorca lo pararon frente al pelotón de fusilamiento. Es una aberración de la
historia que descubre el máximo absurdo del hombre que devora al hombre por la
envidia a la creatividad y a la grandeza. Son esos, los culpables, los enanos
que sólo ven lo obtuso en las ideas.
Al
recibir los impactos de la estulticia, le arrebataron la vida y con ella, se
manchó la historia de la madre patria. Porque la impunidad cedió ante el
reclamo de los que poseían el miedo a la nueva autoridad. Y lo peor es que nada
pasó.
Se
dice que sus padres desenterraron su cuerpo a las pocas horas de su asesinato.
Otros dicen que no, que realmente nunca se supo donde quedó. La realidad es que
la autoridad escondió la verdad al interpretar la magnitud del crimen.
Recientemente,
surgió a la escena el escritor Enrique Amorin. Se especula que fue el último
amor de Lorca y que un día de tantos, en su natal, Salto en el Uruguay, mandó
construir un monumento a Federico García Lorca. También se dice que un día del
año 1953, antes de que pardeara la tarde, invitó a todo a los habitantes del pequeño
poblado a que fueran testigos de la veneración que se le daba al dramaturgo.
También la gente dice que de forma discreta, se depositó un osario en el
monumento y más allá, Amorin aseguró a voz en cuello, que precisamente ahí,
descansarían los restos de quien escribió en Debussy: “mi sombra silenciosa por el agua de la
acequia”. Y seguramente, la obra de Lorca, que es como el agua clara de su
montaña verde, verde, ya queda en el alma de quienes se han adentrado a leerlo,
a conocerlo.
En
su poema Deseo, dijo lo que tenía que decir: “Deseo sólo tu corazón caliente, y
nada más. Mi paraíso: un campo, sin ruiseñor, ni lira. Con un río discreto y
una fuentecilla”.
Y
sí, Amorin, el último de sus amores, le dejó en su monumento una fuente de agua
perpetua.
Como
perpetuo es Lorca.
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