Sabines…el
común de la poesía
El estado sureño de Chiapas es la tierra que vio nacer a la estirpe de los Sabines.
Entre los bosques
atiborrados de árboles milenarios y de tierra húmeda que deja salir el aroma
para que se le mire, los Sabines se
posicionaron de la región a través de su talento. Así como la casta de los
Buendía en los Cien años de soledad del Gabo, Gar cía Márquez, han sido
familia numerosa, fuerte y trascendente. También fueron y son gente dedicada a
la política, y por medio de esa actividad, algunos de sus miembros han salido
de la medianía populosa. Y como miembro de la familia Sabines, uno de ellos,
quizás el más inconforme, Jaime, el poeta de lo común, no se pudo sustraer a
ella.
En su encuentro con la política, Jaime se frustra
al no poder expresar abiertamente lo que su alma mortificada le dicta. Ya entre
las paredes de la Cámara de Diputados, en pleno ejercicio invertebrado de ese
submundo atroz de la política y de los políticos, se sabe limitado a
proyectarse como hombre capaz de verter sus sentimientos en las letras
arrítmicas.
Don
Jaime es el poeta que le escribe a la cotidianidad. Lo que ve a simple vista le
inspira sus poemas y donde le llega la inspiración, escribe lo que la imagen le
fragua. Entonces, la niña coja que pasa a su lado, la señora que abraza a su
pareja o el hombre que vende globos en cualquier plaza, le motivan a desdibujar
la estampa y apunta lo que ve, como si fuera uno de tantos impresionistas que
pintaron en el lienzo lo que imaginan que ven.
Sabines
le escribe a la muerte de manera reiterada, pero no soslaya la soledad y al
mismo amor tratado de forma arrebatada. Pero acude a la defunción de los
cercanos como si este acto se constituyera en la musa de su creatividad y más
se nota cuando la parca le arrebata a su padre, el mayor Sabines. A él, le
dedica en su obra: Algo sobre la muerte del mayor Sabines: “Tú eres el tronco
invulnerable y nosotros las ramas, por eso es que este hachazo nos sacude.
Nunca frente a tu muerte no paramos a pensar en la muerte”.
Pero
no se conforma y a la tía Chofi, le dice y nos dice en unos cuantos versos, lo
que significa lo frágil de la ancianidad. En este poema, nos cimbra y nos hace
temer y no desear llegar a ser viejos: “Amanecí triste el día de tu muerte, tía
Chofi, pero esta tarde me fui al cine e hice el amor. Yo no sabía que a cien
leguas de aquí estabas muerta con tus setenta años de virgen definitiva,
tendida sobre un catre, estúpidamente muerta. Hiciste bien el morirte, tía
Chofi, porque no hacías nada, porque
nadie te hacía caso”.
La
muerte la ve con un sentido sacramental, la adora y la venera. La vuelca y
revuelca con tanta ligereza, que logra confundirnos y hacerla sentir con cierta
comodidad y cercanía. Es más, hasta logra hacerla amable.
Se
define a si mismo de manera salvaje y se deja sentir como quiere que se le vea.
La lejanía con la función pública y de su actividad de vendedor de telas que le
permite el ingreso para subsistir y por el contrario, su cercanía a las letras,
le permiten descubrirse con la irreverencia de ser un poeta de lo común, de lo usual, de lo
acostumbrado. Entonces nos describe como se ve en su libro Horal que publica en
1950: “Lento, amargo animal que soy, que he sido, amargo desde el nudo de polvo
y agua y viento que en la primera generación del hombre pedía a Dios”.
Al
amor lo sintió de cerca con la animalidad que el origen le permite. Busca la
espontaneidad de la palabra para dejar caer, como balde de agua helada, lo que
debe pronunciar. A la pareja, le desparrama a base de una sinceridad bestial
que la infidelidad del cuerpo es intrascendente: “Es posible que, a estas
alturas, no creas en mi? ¿O te sientas tan débil ante la distancia y ante el
tiempo? Yo nunca te he jurado fidelidad sexual; no podría ser; es absurdo; tú
misma no lo deseas. El que yo ande con otra no quiere decir que deje de andar
contigo. Tú estás más allá de todo esto, linda. Sería hacerte pequeña
introducirte en estas pequeñeces. Tú no eres ni circunstancia ni accidente -te
he dicho-, tú eres intimidad, esencia”.
Quienes
le han leído prefieren el flirteo de Los Amorosos, porque “Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino”. En ese poema, los pares se reconocen y se
aceptan en esa exaltación epistolar que se deben profesar uno al otro. Él se
pronuncia por otro poema que es más corto y que tiene una gran economía de
palabras y dice todo lo que una pareja habitual parece pensar y decirse el día
que la virginidad de la mujer es entregada en un cuarto de un hotel: “Tú cabeza
en mi pecho se arrepiente con los ojos cerrados y yo te miro y fumo y acaricio
tu pelo enamorado”.
Jaime
es penetrante y en ocasiones, para muchos, hasta absurdo. La blandura de sus
argumentos y la autonomía con que ejerce su poesía, le permiten aproximarse con
lasitud a lo común y corriente de los temas del diario devenir. Entonces, es un
poeta atento a los hombres y mujeres y al espacio que les rodean, porque al
final, estas estampas son su motivación.
Muchos
piensan que Sabines es popular a ultranza, pero quizás en esa circunstancia
radique su fuerza como poeta, porque no desmaya en plasmar lo rutinario.
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