“Y Dios me
hizo mujer, de pelo largo, ojos, nariz y boca de mujer. Con curvas y pliegues y
suaves hondonadas y me cavó por dentro, me hizo un taller de seres humanos”.
Sin duda alguna, el inicio de este poema, define la sensatez de
una mujer, orgullosa de su género y de aceptar el rol que la naturaleza le
impuso.
Gioconda Belli es una poetisa
nicaragüense nacida en Managua en 1948. Producto de 3 matrimonios distintos,
tiene 3 descendientes y saborea una notoriedad internacional en materia de
producción poética. En su corto poema Parto,
escribe la preponderancia de la maternidad: “Me acuerdo cuando nació mi hija.
Yo era un sólo dolor miedoso, esperando ver salir entre mis piernas, un sueño
de nueve meses con cara y sexo”.
Estudió en los Estados Unidos algo relacionado con publicidad y
periodismo, pero al terminar de ilustrarse y tener el diploma en sus manos,
regresa a su país de origen. La necesidad de oponerse al régimen dictatorial de
Anastasio Somoza, la metió de lleno a la clandestinidad.
Derivado de esa etapa, deambula por
varios países para evitar ser detenida y puesta tras las rejas. La señora es
perseguida por el régimen y es en este peregrinar y zozobra donde adquiere la
sensibilidad para escribir poesía de protesta, de interrogación al status quo,
de resistirse y a no someterse a los militares y a los sátrapas de su país.
La interrogante que pretende
descubrir para entender y que entendamos a su amado país, nos lo transmite en
su poema, Qué sos Nicaragua: “Qué sos
sino un triangulito de tierra perdido en la mitad del mundo? ¿Qué sos sino un
vuelo de pájaros guardabarrancos cenzontles colibrís? Y con cierta nostalgia y
tristeza termina explicando: “¿Qué sos, sino dolor y polvo y gritos en la
tarde? ¿Gritos de mujer como de partos? ¿Qué sos, sino puño crispado y bala en
boca? ¿Que sos Nicaragua para dolerme tanto?
Y más allá, en un grito
inmisericorde que tiene el humilde propósito de enterarnos del peligro que se
vive en su patria, lo plasma en un poema que se confunde entre la protesta y la
afirmación, Dios dijo: “Dios dijo:
ama a tu prójimo como a ti mismo. En mi país, el que ama a su prójimo, se juega
la vida”.
La señora Belli, desafió, como buena
poetiza de su tiempo, la barrera de los convencionalismos. La sociedad arcaica
no le impone lo que escribe, porque tampoco le carga lo que piensa. Entonces,
ya ligera y sin contrasentidos, siendo ella misma, recurre a la paradoja para
decirnos sobretodo lo que desea ser y es, simplemente nos lo dice en su poesía.
¡Ah!, entonces el erotismo de Gioconda Belli, se hermosea al ejercer la
libertad y en sus letras, Pequeñas
lecciones de Erotismo nos lo transfiere: “Recorrer un cuerpo en su
extensión de vela, es dar la vuelta al mundo. Atravesar sin brújula la rosa de
los vientos. Islas, golfos, penínsulas, diques de agua embravecidas. No es
tarea fácil -si placentera-. No creas hacerlo de un día o noche de sábanas
explayadas. Hay secretos en los poros para llenar muchas lunas”.
Y también, al estilo de bello poema La Luna de Sabines, Gioconda le
canta a su Luna en, Quebrá la luna:
“Quebrá la luna entre tus manos, hacela pedazos y úntate de su fino polvo y
negro”.
Una mujer libre, ama sin razón, para
dejar que decrete el corazón, parece decirnos. Y bien lo plasma en varios de
sus poemas, que además, reflejan el ímpetu y pasión de una mujer que logra la
emancipación de su pensar. Y así, en su Deseos
Sencillos, nos dice: “Hoy
quisiera tus dedos escribiéndome historia en el pelo y quisiera besos en la
espalda, acurrucos. Que me dijeras las más grandes verdades o las más grandes
mentiras. Que me dijeras por ejemplo, que soy la mujer más linda del
mundo. Que me querés mucho. Cosas así,
sencillas, tan repetidas. Que me delinearas el rostro. Y me quedaras viendo a
los ojos como si tu vida entera dependiera de que los míos sonrieran,
alborotando todas las gaviotas en la espuma”.
Y es En la doliente soledad
del domingo, donde exacerba su
sensualidad y derrama su ternura para constituir un sincretismo tenue y
erótico: “Aquí estoy, desnuda, sobre las sábanas
solitarias de esta cama donde te deseo. Veo mi cuerpo liso y rosado en el espejo,
mi cuerpo que fue ávido territorio de tus besos. Este cuerpo lleno de recuerdo
de tu desbordada pasión sobre el que peleaste sudorosas batallas en largas
noches de quejidos y risas y ruidos de mis cuevas interiores. Veo mis pechos
que acomodabas sonriendo en la palma de tu mano, que apretabas como pájaros
pequeños en tus jaulas de cinco barrotes, mientras una flor se me encendía y
paraba su dura corola contra tu carne dulce”.
En su lucha de todos los
días, por conservarse y ser ella misma, sin que las exterioridades le
modifiquen su esencia, Gioconda Belli, termina en su poema con que inicié este
escrito: “Todo lo que creó suavemente a martillazos de soplidos y taladrazos de
amor, las mil y una cosas que me hacen mujer
todos los días por las que me levanto orgullosa todas las mañanas y
bendigo mi sexo”.
Y si, Dios la hizo mujer.
Para gracia de la humanidad.
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