Escenarios...miguel de la rosa
Aunque el
verdadero nombre de la poetiza chilena es Lucila del María del Perpetuo Socorro
Godoy Alcayaga, no deja de ser más allá de anecdótico, que hay tomado el primer
nombre de un poeta italiano y el apellido de otro poeta francés, para componer
su seudónimo de Gabriela Mistral.
Para entender su poesía, es
necesario reconocer que la vida de la ilustre chilena estuvo llena de sucesos
azarosos y que a pesar de haber sido una exitosa mujer de su tiempo, algo le
faltó para sentirse realizada. Luego, acepta la soledad como su plectro
personal cuando padece en carne propia, la muerte por suicidio del gran amor de
su vida, su pareja Romelio Ureta. De ese amor, de esa pena que le marca per se,
surge su primer poemario, Desolación, donde le rinde culto a él y a la muerte:
“Del nicho helado en que los hombres te pusieron, te bajaré a la tierra humilde
y soleada. Que he de dormirme en ella los hombres no supieron y que hemos de
soñar sobre la misma almohada”.
La señora Mistral nunca fue madre,
pero vacía este sentimiento en un sobrino, Juan Miguel, a quien llama Yin Yin
de cariño y a quien dio trato y quiso como a un hijo. Es un supuesto
descendiente fuera de matrimonio de un medio hermano, a quien atendió, pero no
adoptó legalmente. El misterio encierra la relación con Yin Yin, pero constan
entre sus versos, el amor que le profesó. Como sea, le dedica su ternura,
porque le llena los afectos que necesita ofertar. “Pero le persigue la abrupta
interrupción de la vida de quienes ama sin estorbos y un día, mientras atendía
los jardines del consulado de su país en Brasil, le avisan que Juan Miguel tomó
una fuerte cantidad de cianuro para terminar su existencia. Entonces, le
escribe desde lo más profundo de su dolor lo que ella y su hermana sienten por
el suicida: “Nosotras te queremos y buscamos cada día, Yin; amor nuestro. Las
dos seguimos viviendo contigo y para ti. Yin, y sin olvido alguno, en tus ojos
puestos dulces y queridos”.
La pena de la ausencia de Yin Yin es
inmensa, según relata en las cartas y notas que intercambia con allegados. Pero
al poco tiempo, es premiada con el Nobel de Literatura. Habría de ser, ella,
mujer, de carácter fuerte y retraído, marcada por la vida, quien abriera brecha
en los reconocimientos mundiales a las letras de este lado del mundo. Lucila o
Gabriela, como se le quiera llamar, es la primer ciudadana latinoamericana en
ser laureada con este vasto premio y consagrada como, quizás, la mejor poetiza
de todos los tiempos.
Viajera incansable, quizás anheló la
lejanía de la patria, para buscar y buscarse entre quienes menos la juzgaran. Y
fue al encuentro de sí misma, para entenderse en sus poemas, desde los
infantiles hasta en los reclamos de un mundo más equilibrado. Basta leer;
Piececitos, para entender la magnitud del compromiso de esta dama con la
pedagogía: “Piececitos de niño, azuloso de frío ¡como os ven y no os cubren,
Dios mío! ¡Piececitos heridos por los guijarros todos, ultrajados de nieves y
lodos! El Hombre ciego ignora que por donde pasáis, una flor de luz viva,
dejáis”.
En sus estancias, entabla relación
de afecto y amistad con educador oaxaqueño, José Vasconcelos. Ambos, inician la
revolución educativa que este país necesitaba y reclamaba. Pero la estancia es
corta y la relación se limita a la correspondencia, porque vuelve al servicio
exterior de su querido Chile.
Todo indica que al amor, lo dejó
fenecer en sus adentros, por miedo a que la vida le volviera a arrebatar sin
justificación alguna a otro ser querido. Perder a su padre a los 3 años sin que
volviera a saber de él, le distorsionó la imagen de la pareja, para reafirmarla
después a la muerte suicida, de su esposo. La muerte de la madre y de Yin Yin,
habrían de marcarle al carácter solitario y desprendido.
Pero aún así, en su poema; Besos,
proyecta el dolor de haber claudicado al amor que dejó, pero también, lo que
anhela: “Hay besos que pronuncian por si solos, la sentencia de amor
condenatoria, hay besos que se dan con la mirada, hay besos que se dan con la
memoria”.
Gabriel Mistral tuvo amigos de la
talla de Octavio Paz, e influyó en la motivación artística de su paisano, Pablo
Neruda. Leyó a Amado Nervo y después, crea su estilo personal de ser y hacer
poesía. Se identificó al romanticismo
del poeta nicaragüense Rubén Darío, quien no dudó en publicarle uno de sus
cuentos y poemas en una revista de París que dirigía.
La Mistral fue una mujer de perfil
reclamante y firme. Su mirada refleja ese desdén que la vida le motivó. Y demanda y acepta y sí, lo expresa: “Y en
esta tarde lenta como una hebra de llanto, por la alameda de oro y de rojez yo
siento, un Dios de otoño, un Dios sin ardor y sin canto. ¡Y lo conozco triste,
lleno de desaliento!”.
La muerte vivió a su alrededor y la
desafió a crear para vivir eternamente. Y como lo dijera Pablo Neruda: “Nadie
olvidará tu canto a los espinos, a las nieves de Chile. Eres Chilena.
Perteneces al pueblo. Nadie olvidará tus estrofas a los pies descalzos de
nuestros niños. Nadie ha olvidado tu “palabra maldita”.
Eres una conmovedora partidaria de la paz. Por esa, y por otras razones, te
amamos”.
Gabriela sufrió para crear, pero aun
así; ¿Quien pueda crear sin estar atormentado?
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