Escenarios...miguel de la rosa
Alfonsina Storni nació en Suiza, pero desde pequeña
fue llevada a sur américa por sus padres. Al llegar, el país de las Pampas y
del grandioso Obelisco de la avenida 9 de julio, la envolvió en el ánimo de
desafiar las costumbres una vez que se dio cuenta de su realidad.
El
alcoholismo de su padre y la fuerte necesidad de ayudar a su madre en la costura
hasta entrada la madrugada, le fortificaron el carácter, pero también se lo
atormentaron, quizás por tener que trabajar a los 10 años como mesera en el
restaurante suizo que su padre estableció cerca de la estación de ferrocarril
de Córdoba. Ya para ese entonces, la inquietud artística se le había presentado
y Alfonsina, inicia a escribir poesía circunstancial y el haber hecho la
carrera de maestra, le habría de proveer las herramientas para la escritura.
Cualquier papel le sirve de pergamino, pero la madre le incita a que deje de
hacerlo, entonces busca la complicidad de los escondites de su misma
vestimenta, todo con el propósito de no ceder a la exigencia de dejar de
escribir.
Ya
poco después abandonó el hogar materno y, de haber regresado de una gira
teatral, Storni entra al mundo de la poesía al publicar en algunas revistas y
periódicos, acaso por concebir que el amor todo lo puede. Aunque en forma
tardía, se expresa con un romanticismo exacerbado, donde el canto a la equidad
de género se vuelve su pregonar y nos lo reitera en su poema, A las Grandes
Mujeres: “En las grandes mujeres, reposó el universo. Las consumió el amor,
como el fuego al estaño, a unas; reinas, otras, sangraron su rebaño”.
Alfonsina
concibió a un hijo sin que se supiera quién era el padre. Y si, tuvo el valor
de desafiar costumbres y conductas rígidas de aquellos tiempos. Sin embargo, el
hijo se vuelve compañero y a pesar de ser libre pensadora, no claudica ante su
obligación y derecho natural a la maternidad. Al escribir, El Hijo, dice: “Se
inicia y abre en ti, pero estas ciega para ampararlo y si camina ignoras por
flores de mujer o espada de hombre, ni qué alma prende en él, ni cómo mira”.
Escribirle
a la grandeza del mar afrontó su capacidad de explicarnos sus mismos desafíos.
Al mar lo concibe poderoso y en ocasiones, lo asocia a contenidos que ella
desea tener. Pudiera ser que en esa comparación, nos muestra su misma debilidad
y el inicio de un cuestionamiento existencial. Frente al Mar, nos lega: “Oh
mar, enorme mar, corazón fiero. De ritmo desigual, corazón malo. Yo soy más
blanda que ese pobre palo que se pudre en tus ondas prisionero”.
En
la poetisa no se da una actitud contemplativa de su alrededor. Crea obras
teatrales y también para infantes. En algunas tiene éxito y en otras no, pero
no deja de crear, invoca sus mismas vicisitudes y en ellas basa su impulso,
como si la creación de esas obras transmitiera su necesidad de insistir empatar
el mundo del varón. En el paroxismo de su activismo, empuja la fundación de la Asociación
de Escritores de Argentina, que contiene la figura de Jorge Luis Borges, pero
sin ser considerada en la directiva. La inflexión de esa sociedad a latitudes
de más tolerancia, habrían de esperar.
Alfonsina
Storni es una luchadora tenaz y valerosa escritora de su tiempo. Los viajes al
viejo continente la acercan a los grandes poetas de su tiempo. Allá, conoce a
Federico García Lorca y le dedica, como si conociera su trágico final:
“Buscando las raíces de alas, la frente se le desplaza de derecha a izquierda.
Y sobre el remolino de la cara se le fija, telón del más allá, comba y ancha”.
Pasando
los 40 años, su mente empieza a jugar con ella. Quienes le conocieron en esa
etapa, aseguran que se volvió ensimismada, taciturna, pero reflexiva. Ya la madurez
de su inspiración había abandonado el centralismo peculiar del amor, para
insertarse a una poesía sin la severidad de la rima. Ya sin las ataduras del
verso en consonancia y el erotismo a la deriva, la Storni se vuelve profunda en
La inquietud del Rosal: “El rosal en su inquieto modo de florecer, va quemando
la sabia que alimenta su ser”.
El
avance del cáncer de mama que por accidente, una ola de su mar le descubrió, le
provocaron una decepción hacia su destino. Luego, los fantasmas le inundan el
cerebro y va anunciando su misma liquidación. Entonces, un día, deja la nota
del suicida, pero lo hace en una tétrica y lamentable oda
a su muerte, que se publica un día después que decide arrojarse de las
escolleras hacia el mar.
En el poema, Voy a dormir, que por
cierto es el último que logra escribir, nos adelanta su deseo de partir del
mundo: “Dientes de flores, cofia de rocío, manos de hierba, tu, nodriza fina,
tenme puestas las sábanas terrosas y el edredón de musgos escardados. Voy a dormir
nodriza mía, acuéstame. Ponme una lámpara en la cabecera, una constelación, la
que te guste. Déjame sola: oyes romper los brotes, te acuna un pie celeste
desde arriba y un pájaro te traza unos compases para que olvides. Gracias…Ah,
un encargo, si él llama nuevamente por teléfono, le dices que no insista, que
he salido…”
Alfonsina
vivió en un mundo que ella lo convirtió en un espacio desafiante para su
poesía. Conquistó su tiempo, como un día lo hiciera al pensar en la muerte y en
su mar: “Ser alta, soberbia, perfecta quisiera, como una romana, para concordar
con las grandes olas, y las rocas muertas y las anchas playas que ciñen al
mar”.
Pues,
Alfonsina es amor, como Storni es el mar.
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