H, Matamoros, Tamaulipas:

Movilidad política




En 1974, Peter H. Smith, escribió un ensayo que intituló. “Patrones de las carreras de las élites en contextos no competitivos”, en el que define, de acuerdo a criterios personales, desde que se requiere para ser considerado parte de la élite, quienes son los que la integran y de cómo se incorporan un actor social a este segmento.

            Por esas fechas, el maestro Daniel Cosío Villegas, había dado a conocer otro ensayo publicado por la editorial Joaquín Mortíz, llamado: “El Sistema Político Mexicano”, que le catapultó a la fama política.

            El contexto de ambos estudios, se da en la idea del PRI como partido único y de un Presidente de la República con poderes sobre la constitución mexicana.

            Ya en la década de los 80´s, Roderic Ai Camp, estudió la participación política en relación a la influencia de las familias y su peso específico para determinar el avance de un actor en la cosa pública. El ejemplo más claro, es el de José López Portillo, cuyos  ancestros fueron prominentes políticos desde la era de la revolución mexicana y que determinaron su arribo a la presidencia de México.

            Durante muchos años, la magia del sistema político mexicano se basó en la férrea disciplina de los integrantes de la “familia revolucionaria” a las decisiones centrales del partido considerado como oficial, o sea el PRI y éste, al sometimiento a las decisiones del jefe máximo de las instituciones nacionales, o sea, el Presidente de la República.

            Sin embargo, el crecimiento poblacional, el aumento a la escolaridad y la disfunción del sistema económico que favorecía a muy pocos, fue creando una clase media contestataria y reclamante. De esta manera, se llegó al final de los 60´s con una fuerte contradicción entre los estudiantes y el gobierno, al grado de que el Presidente Gustavo Díaz Ordaz, representante del autoritarismo presidencial, no tuvo empacho en soltar al ejército para reprimir una manifestación en octubre de 1968.

            Y sí, la maquinaria política electoral funcionaba en la medida que alrededor del PRI, se reunían las élites familiares y los militantes ordinarios que hacían que el sistema funcionara mediante la instrumentación de un sistema de movilidad política equilibrado. Entonces, el régimen permitía que gente del pueblo, participara en la política y compensaba su lealtad y silencio con cargos públicos de cierta envergadura.

            Y todo funcionó a las mil maravillas, sólo que el mundo cambió y con ello, los formatos para la participación política. La concentración de los recursos económicos en unas cuantas manos provocó la cerrazón de las élites en materia política y con ello, la tensión social en que ahora vivimos.

            El fracaso de las reformas políticas que han pretendido dar salida a las expresiones de la “masa acrítica” ha dado resultados poco eficaces. Se presume, y ya se nota demasiado, que las élites económicas se han trasladado a la instancia política provocando que pocos miembros de esa masa, ajena a las élites, lleguen a los cargos de decisión para lograr un avance en sus intereses.

            Esta nueva correlación de fuerzas, donde predominan en las áreas decisorias en las Cámaras en la suma del PRI y el PAN, significa que vivimos en un país donde la visión social del gobierno es marginal. Se trabaja con el enunciado del Desapotismo Ilustrado: “todo para el pueblo, pero sin la intervención del pueblo”.

            Para nuestra desgracia, las élites de los partidos se han formado a imagen y semejanza de los grupos superiores de corte económico, donde su predominio está protegido por las leyes que las mismas elites han hecho en los órganos de deliberación.

            Las élites de los partidos dieron a conocer la relación de candidatos a los cargos de elección popular provocando un fuerte disgusto y cuestionamientos a los procesos de selección interna en los militantes de carne y hueso. Todo indica que los miembros de esa “masa acrítica” fueron marginados, en la medida que se privilegió preferentemente, la cooptación de personajes que representan el voto corporativo. La inclusión de miembros de las familiares de las elites, ya sea por la vía consanguínea o de grupo político, fue una constante. Se advierte que muchos de los integrantes de esas elites condicionaron su apoyo y permanencia en el proyecto partidista a que sus recomendados fueran favorecidos.

            Lo más grave, es que los participantes prominentes de la política parece que olvidan que la movilidad política, en un país de fuertes contrastes como el nuestro, permite oxigenar a los mismos partidos, a la sociedad política y a las élites gubernamentales.

            Reprimir las expresiones de esa “masa acrítica” en aras de sostener un sistema de privilegios sólo retarda lo irremediable: el estallido social.

            Se supone que el PAN debió aprovechar la alternancia para inaugurar un régimen distinto al que tanto criticó y que el PRI debió aprender la lección de haber perdido la presidencia por haberse alejado de las bases. Es triste, pero ninguna de las dos circunstancias sucedieron.

            Ya se ha repetido hasta el cansancio que un pueblo que niega su historia, se condena a repetirla.            

Esperemos que no nos alcance un destino fatal sin estar preparados para ello.
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Editores periodico frontera

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