El 11 de septiembre
de 1973, estando en primer año de bachillerato, el periódico vespertino “Las
Ovaciones” del Distrito Federal, publicó a 8 columnas, 4 palabras que
sacudieron al mundo: “Golpe Militar en Chile”.
En la noche, el programa noticioso,
“24 horas” que conducía el periodista Jacobo Zabludovsky, dedicó todo el
espacio televisivo a narrar los pormenores del golpe militar. A pesar de los
pocos avances tecnológicos de la época, las imágenes de los aviones del
ejército chileno, se podían apreciar bombardeando la residencia presidencial
mejor conocida como “La Moneda”.
Poco después nos enteramos, que el
presidente de la república de Chile, el socialista, Salvador Allende, se había
suicidado antes de permitir que los soldados bajo las órdenes de Pinochet lo atraparan
vivo.
Bien vale la pena comentar que
Allende fue el primer presidente socialista que llegaba al poder público por la
vía electoral en América Latina, situación que incomodaba sobremanera al
gobierno yanqui. Poco antes del Golpe de Estado, el doctor Allende, había
nacionalizado la industria del cobre que estaba en manos de empresarios
estadunidenses.
Como suele suceder, el gobierno de
los Estados Unidos había enviado mensajes al presidente chileno para conminarlo
a llevar un gobierno tenue con respecto a las nacionalizaciones y para que se
ajustara a los enunciados de la Doctrina Monroe, que define: “América para los Americanos”, claro,
todo en el marco de la Guerra Fría que se daba entre la antigua Unión Soviética
y los Estados Unidos.
Lo que siguió para los ciudadanos
chilenos fue catalogado como una atrocidad, ya que los militares persiguieron a
toda aquella persona que no comulgara con el golpe y de paso, a los partidarios
de Allende y a los miembros de la izquierda. Los maestros y estudiantes de las
universidades públicas y privadas, consideradas como nido de comunistas por el
régimen militar, fueron encarcelados, torturados y violados en sus derechos
humanos elementales.
La intención de ser autónomo con
respecto a gobiernos extranjeros, provocó el enojo de norteamericanos, que
haciendo uso de los órganos de coacción, se confabularon con los militares para
derrocar al presidente socialista.
Acá en México, siendo presidente el
Lic. Luis Echeverría Álvarez, de corte ideológico de izquierda (según él), su
gobierno rompió relaciones diplomáticas con el régimen del golpista; General
Augusto Pinochet.
Durante semanas completas, las
noticias de los abusos de los soldados contra civiles, escritores e
intelectuales, nos llegaban a cuenta gotas. De pronto nos enteramos que varios
estadios de futbol estaban repletos de supuestos disidentes el régimen militar.
Mientras tanto, Echeverría, habiendo sido íntimo amigo de Allende, ordenó se
abrieran las puertas del país de par en par, a los exiliados chilenos. También
por disposición de don Luis, la UNAM, el Politécnico y el mismo gobierno se
convirtieron en remansos laborales para los desterrados de los golpistas.
En tanto se normalizaba la crisis,
Pinochet continúo con la limpia de los contrarios. La fuerzas armadas salieron
a las calles a poner orden y detener a cualquier ciudadano que no se plegara a
la Ley Marcial decretada por Pinochet.
Pronto, el paso del tiempo hizo que
el mundo se fijara en otras cosas y que nos olvidáramos de Chile, de las
matanzas y de los abusos de los militares. Se llegó a pensar que la dictadura
militar un día sería juzgada a la muerte del gorila Pinochet, pero sus alianzas
y complicidades con los poderosos de su país y de los Estados Unidos nunca
permitieron que entrara a la cárcel a pesar de los gritos y reclamos de los
familiares de los desaparecidos.
Después del Golpe de Estado de las fuerzas armadas y de la caída de
Allende, se supo que los militares ya contaban con una “lista negra” de
supuestos implicados a favor del presidente, a quienes persiguieron, torturaron
y asesinaron sin que mediara juicio alguno después del golpe. El uso de la
lista negra que contenía los nombres de las personas que cometieron el pecado
de querer un país distinto, dueño de sus riquezas y con identidad propia, fue
para radicalizar la fuerza opresiva de la junta militar convertida en gobierno.
El resultado de pensar diferente a los intereses de quienes explotaban los
recursos naturales, como el cobre, provocó aparte de la caída de Salvador
Allende, el exterminio de miles de chilenos.
Hoy en día, el sueño de miles de
madres, familiares, esposas o hijos de volver a ver a sus seres queridos que
desaparecieron en 1973, se ha ido esfumando conforme las nuevas autoridades se
acomodaron a las nuevas realidades.
El relativo castigo al general
Augusto Pinochet se divide entre quienes piensan que el caos que armó Allende
con sus ideales revolucionarios llevaban a Chile al precipicio y por quienes
creían en una patria independiente de los gobiernos extranjeros y con más
justicia social.
Lo malo de todo, es que en pleno
siglo XXI, las “listas negras” persisten y se siguen utilizando por gobiernos
de corte fascista que se resisten a
utilizar la fuerza de la razón y que prefieren irse por la razón de la fuerza.
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