Por: María Jaramillo Alanís
Razones y Palabras…
Ciudad Victoria, Tamaulipas.-
Mientras la casa se inunda del olor a frijoles cocinándose, de acelgas con ajo
chile y queso y la lavadora suena con su inevitable traca traca, los perros
husmean la ropa y reclaman un cariñito,
leo los mensajes que tus hijos escriben, son inevitable las lágrimas; hace siete años que
partiste y tu ausencia sigue doliendo como el primer día, tal como aquel domingo 13 de febrero.
Sé qué a cada uno de tus catorce
hijos les haces falta, también sé que todos tus nietos y bisnietos recuerdan y
añoran tu regazo amoroso. Sobre todo mamá, le haces falta a Nicolás, tu marido,
que en silencio estoico aguanta tu ausencia, la pelea cotidiana, retobar un día
si y otro también por cualquier cosa.
Ese silencio cala más que nuestras
propias lágrimas Joaquina.
Imagino, porque así es la vida de
los adultos de principios de siglo, qué
nunca te enteraste cuánto te amo Nicolás. Papá cuenta la anécdota que fuiste tú
la que corrió detrás de él y no al revés, aun así pienso que el amor de mi
padre es tan grande que ni él mismo sabe de su inmensidad.
Solo el silencio cuando ve tu
foto, cuando va al panteón o cuando la comida le sabe mal, suspira hondo y
murmura para él tu nombre. N’ombre Joaquina, la vida así, de esta manera sin
ti, no es vida para nadie, menos para mi papá. Y es natural si fuiste el centro
de nuestra familia.
Sólo soy el cartero del amor de tus hijos hacía ti. Nadie que no
haya perdido a su madre sabrá de lo que aquí se habla y se siente.
Trascribo los mensajes de mis hermanas pequeñas:
Ana María: Me despertaste hoy a
las 5 de la mañana, llegabas de un viaje, me abrazaba a ti y te decía: ¡ya
volviste!¡ya volviste! y llorábamos de alegría por volvernos a ver.
Desperté y mi triste realidad al saber que había sido
solo un sueño. Me quedé aferrada a ti, sintiendo
tu calor y tu olor. Te extraño tanto, me has hecho mucha falta mamá. Te amo por
siempre.
Leticia: Hoy hace 7 años llegó un
ángel al cielo, una mujer que entregó todo, que pasó su vida dando vida. Una
sierva de Dios, una esposa fiel, una madre abnegada, un ejemplo a seguir.
Aunque físicamente ya no estás, vives en nuestro corazón siempre mamá ¡Te AMO
Joaquina!
Y tus nietos:
Perla Esmeralda Jaramillo: Quina
te extraño y espero el día de volvernos a ver y no separarnos más... ¡Te amo!
Julio Alberto Jaramillo: mi
abuelita. Ésa es una pequeña muestra del gran amor que sembraste Joaquina.
Mamá siempre estarás aquí, es
imposible no recordar cuando niños, para “atarantarnos” decías, nos hacías una
gorda gruesa, le untabas manteca y sal y la metías al rescoldo de la chimenea,
entre las brazas.
¿Y sabes? Aún no conozco otra
mujer que al mismo tiempo atienda a su marido, cueza maíz, lo lave, muela,
lleve al molino y prepare las tortillas,
ponga la olla del café, le atice a la leña y arrulle a una criatura, no existe
ese molde, se rompió contigo.
Confieso que había dejado de
escribirte para dejarte descansar en paz, esta vez Leticia insistió en que yo participe en el servicio en el Templo,
lo hago pensando en que soy como aquella
oveja -de las cien- que perdió el Pastor
y que va sólo a dar testimonio del amor que siempre te he profesado.
Decía que es imposible no
escucharte, olerte, ver tu sonrisa y carcajearnos con tus ocurrencias. No hay
reunión familiar en la qué no estés, y supongo, que mis hermanos te imaginan
por ahí acechando la charla, quizá pensando que andas en casa de doña Marta o
en la escuelita.
Así pasen mil años, seguirás aquí
pegadita a la mano de cada uno de mis hermanos y de mi padre.
Mamá, sé que desde donde estás nos
observas con alegría. Y sabes que hoy y siempre te recordaremos con inmenso
amor y que, ni el tiempo ni la misma muerte podrá socavar.
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