*Por verlos humildes los desalojan.
*Les niegan atenciones médicas.
Por Jorge Guadalupe Campa.
H. Matamoros Tamps.- Cuando
se creía que todo había quedado atrás en lo que corresponde al despotismo,
discriminación a las personas que aparente o que tengan apariencia indígenas,
había quedado atrás completamente, grandes fueron las sorpresas de este medio
de comunicacio9n, que al realizar una visita sin esperar nada, pudiera ver y
observar como personal del Hospital general Dr. Alfredo Pulmarejo en esta
ciudad, corría y desalojara a humildes gentes que solo buscaban las atenciones
medicas para una de sus familiares.
“Yo sufro de dolor de espalda desde hace tres años y ya no
la aguanto”, dijo la menuda señora de tez morena, señalando con sufrimiento el
dorso. La dama más joven que la acompañaba le pidió al hombre que por favor
atendiera a la señora, quizás su madre. El señor de la gorra negra con las
siglas de Seguridad, entrelazó los dedos
y los tronó, diciendo pueden salir que no pueden estar en este lugar, y si
quieren consultar esperen afuera y solo la paciente puede entrar, de igual
manera se adelantó a la doliente y pidió
el aceite, alcohol, y quien pagaría dichos productos si no los tenían.
–Los hombres que se volteen, no tiene por qué ver esto…–
pidió la dama joven al círculo que las rodeaba, mientras la más anciana se
alzaba la blusa para dejar desnuda la espalda.
–Déjalos, no pasa nada– señaló con dolencia la paciente.
“Pobrecita, debe tener un ramalazo grande”, exclamó una de las curiosas del
circulo de gente que estaban acompañando a dicha enferma y que en su
mayoría formado por mujeres de aspecto
humilde y de ser de raza de alguna tribu o rancho, los cuales se mantuvieron
sin que nadie volteara, para otra parte solo viendo el piso o unos a otros.
El déspota guardia y fiel custodio de las puertas del
hospital general, el cual se identifico como Andrés Arteaga López, quien dijo
–Esto les pasa a las mujeres porque no se cuidan…hacen todo con el lomo
inclinado. Pídanle a sus maridos que les pongan la batea a una altura que no
tengan que inclinarse; la estufa también, para que permanezcan erguidas, sacando
el pecho para que no se les encorve la espalda”.
Dicho lo anterior, una mujer comenzó a sobar a la enferma.
Le recorrió la espalda con los dedos. Le tronó la columna y le recomendó
ungüentos de árnica y vinagre de piña para aflojar los cartílagos. Unas monedas
pararon en su mano y de ahí al bolsillo, luego de que la anciana dijo sentirse
aliviada. De entre el círculo surgieron otros dolientes que pidieron una
“tallada”. Para taparle la espalda, los cuales como una solo familia, se la
dieron y cosa resulta.
El jardín, pasillos y otros espacios de dicho hospital se
convirtieron en sala de masajes quiroprácticos. El frío suelo se volvió cama y
las “talladas” fueron el centro de atención de la protesta campesina del
Freciez, y así otros por siguiente comenzó sobando a una señora que se torció
el tobillo cuando bajó de uno de los autobuses que los llevó al lugar y terminó
atendiendo a decenas de personas “por una cuantas monedas”, mientras en la
oficina del Seguro Popular y del Hospital General, pedían que se desalojara
dicha entrada para poder realizar sus labores.
El tiempo de espera se pasó entre juegos de baraja,
durmiendo el resto de las horas robadas a la noche, recorriendo las
instalaciones, visitando al quiropráctico, comiendo chacharitas, tomando café y
disfrutando del suave pasto. Hubo tiempo hasta para el amor.
Solo el murmurar de los
niños que desesperados, fastidiados, lloraban y se echaban a dormir para
evitar más tedio. Las mujeres de mirada triste tejían, se tumbaban sobre las
mochilas en espera de que sus maridos arreglen los asuntos de los hombres.
El ambiente se llenó del olor del trabajo, del hombre que a
diario se parte el lomo en su parcela. Las horas pasaron y los pacientes
también por las manos del tallador, que cansado pidió descanso para sus manos.
Se preparó la comida y la ayuda se les siguió negando, pero ellos seguir
esperando que algún funcionario de dicho nosocomio pudiera darles atención a
sus demandas.
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