H, Matamoros, Tamaulipas:

Las nuevas formas


Escenarios.


miguel de la rosa‏


Dígase lo que se diga, se advierte que para la nueva clase política en el México de hoy, las formas de hacer política han cambiado. Para llegar a esta aseveración, es necesario reconocer que quizás la derrota del PRI en el año 2000 se llevó los formatos de una política verticalista, de puño duro y de organización casi para militar, para dar paso a un modelo que poco a poco se fragua, sin que desparezca del todo la rigidez del viejo régimen presidencialista.

La sagrada institución presidencial ya dio de si, suelen anunciar a voz abierta los partidos políticos ajenos a PRI, haciendo a la vez alarde de ser los propulsores y responsables de haber detenido la fuerza omnímoda de quien ejercía el Poder Ejecutivo Federal.

La intención de crear un nuevo sistema político por quienes manejaron la política después de la caída del ancient regime ha sido infructuoso en gran medida por la falta de acuerdos dentro de las cámaras legislativas a nivel federal y por la carencia de voluntad para crear un modelo distinto al de la presidencia imperial por parte de las diversas fuerzas políticas que subsistieron después de emblemático 2000.

La conquista de privilegios una vez que ganaron la elección presidencial por la nueva clase política del partido albiazul, derivadas del control de los órganos de gobierno, han sido consideradas como haber ganado un botín de guerra. La decisión de aumentar el aparato burocrático en proporciones exorbitantes y de paso, elevar los salarios de los altos funcionarios en la misma proporción, fue el primer paso que se permitieron los vencedores, haciendo a un lado la exigencia de la sociedad de ser más equitativo y transparentes, para que todos entendiéramos que todo cambiaría para seguir igual. Al final de cuentas, el nuevo régimen se sobrepondría a la estructura gubernamental anterior, sin modificar nada de la administración heredada por el PRI.

Por otra parte, las tan anheladas y necesarias reformas al aparato de administración de justicia se quedó en el tintero y lo más grave, confirma la erosión de la confianza hacia la Suprema Corte de Justicia de la Nación. La gente percibe que la impunidad sigue igual o peor y que las promesas de campaña de los 2 abanderados del PAN que lograron llegar a Los Pinos, es decir, la de ejecutar una acción refundacional del Poder Judicial Federal, quedó para mejores tiempos, por no decir en el olvido.

Sumado a lo anterior, los representantes populares se alejaron aún más de sus representados. La gente inscrita en un padrón electoral que todos sabemos es costosísimo, acude a las urnas más bien por un afán de castigar a quienes piensan que no han dado resultados en su gestión, que por las propuestas que ofertan para dar mayor viabilidad al país. Entonces el abstencionismo sigue ganando las elecciones sin que el Instituto Federal Electoral, cuyos salarios de los consejeros nacionales raya en la opulencia, ha sido y es incapaz de promover contiendas equitativas, a pesar de ser autónomo de la autoridad central. Sin duda, el manejo político de las decisiones al interior del organismo, ya es más que evidente y daña la credibilidad del mismo al grado que la obsolescencia.

Las nuevas formas de hacer política se notan cuando vemos al nuevo director de los esfuerzos nacionales protagonizar excesivamente sin cuidar las formas. De esta manera, el presidente de la república anuncia las mínimas acciones de gobierno sin permitir que los miembros de su gabinete salgan al público a explicar el avance de sus áreas. Ahora estamos sobre informados de las actividades presidenciales, pero carecemos, y en mucho, de las acciones que emprenden los secretarios de despacho.

De esta manera, la promoción de un nuevo sistema político mexicano distinto al que describiera el politólogo Daniel Cosío Villegas en su obra de igual nombre, donde se le definía con una presidencia de la república fuerte y un partido político casi en la unicidad esta muy lejos de darse.

Lo grave de la falta de un sistema político es que no existen reglas de coexistencia civilizada entre los actores políticos. Ahora se explica como la tensión social aumenta cada día en consonancia con la desaparición de la movilidad, tanto política como social de la población mexicana.

Y si, la tirantez persiste y subsiste sin que los conductores de la acción gubernamental se percaten que no basta con organizar un genocidio que al final de cuentas, sólo retrasa lo que aparentemente ya se ve: una sedición sosegada, permanente y de alcances insospechados.

Para cualquier sociedad organizada en calidad de nación, es vital la reglamentación de la vida pública. La necesidad de establecer reglas claras de participación en la arena pública es un imponderable que los responsables del gobierno deben prever. Retrasar la toma de decisiones para que se den las verdaderas reformas estructurales, ya no es sólo responsabilidad de las cámaras, de las oposiciones y ni siquiera del gobierno, sino que deviene en una acción integral de todos lo que habitamos este país.

Al final de cuentas, el país es de todos.
No solo de las camarillas.
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Editores periodico frontera

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