H, Matamoros, Tamaulipas:

PALACIO



       O cambian…o se hunden

-A partidos y políticos les urge una oxigenada
-Finalmente, ¿a quién sirven los diputados?
-Crece la desconfianza de los electores hacia partidos y candidatos

    ANTE la urgencia de devolver la confianza a los electores y evitar que se siga prometiendo casi lo mismo en cada proceso electoral federal, es de vital importancia que los candidatos a ocupar una silla en el palacio legislativo de San Lázaro obliguen a sus respectivas dirigencias nacionales partidistas que les aprueben al menos uno de los proyectos de iniciativa de ley que prometieron durante el proselitismo.
    También que, con el apoyo de sus respectivas bancadas, legislen y regulen lo relativo a la manutención de los diez institutos políticos que actualmente están registrados ante el Instituto Nacional Electoral.
    De no lograrse lo anterior, continuará el desánimo ciudadano para acudir a las urnas y, lo más lamentable, será cada vez mayor la desconfianza ciudadana hacia los partidos y la clase política.
    En el actual proceso eleccionario para renovar la Cámara Baja del Congreso de la Unión, de nada sirve que los aspirantes a una curul se rasguen las vestiduras prometiendo lo que no podrán cumplir.
   Hacer creer que si el voto popular los lleva a formar parte de la LXIII Legislatura Federal llevarán a la máxima tribuna el reclamo ciudadano es una irresponsabilidad de quien actualmente solicita el voto.
    El procedimiento legislativo no contempla otorgar la palabra a un diputado sin que las comisiones respectivas hayan valorado y analizado el tema. Luego entonces, gestiones, proyectos e iniciativas prometidas durante la labor proselitista primero deben ser analizadas por la bancada del partido al que pertenecen, cuyos líderes, a su vez, dan “línea” en base a lo que determine la cúpula partidista en atención a acuerdos tomados con el Jefe del Ejecutivo Federal en turno.
    Si los partidos políticos se comprometieran a apoyar a sus legisladores, deberían negociar y aprobar al menos una de las iniciativas a la que se hayan comprometido los entonces candidatos en los 300 distritos electores.
     Justo ahí es donde se origina la natural y obligada pregunta: ¿a quién deben servir los diputados?: ¿al partido que los postuló o a los ciudadanos que los eligieron?
   Actualmente, los representantes federales en San Lázaro solo obedecen a las instrucciones que les dicta su instituto político, vía dirigentes de bancada. Es decir, su compromiso es partidista y no ciudadano, lo que, obviamente, genera inconformidad y provoca la desconfianza y apatía de los mexicanos que poseen una credencial para votar.
    Así de sencillo.
    Otro tema que atraería votantes y aumentaría la confianza ciudadana es que los diputados de la próxima legislatura federal regularan y pusieran freno al millonario presupuesto que se destina a la manutención de los diez partidos políticos registrados actualmente ante el INE, así como el millonario gasto que originan la renovación de poderes constitucionales.
   De seguir la misma tendencia de aceptar la creación de nuevas franquicias electoreras, con el único objetivo de dividir el voto ciudadano, con fines oscuros, se seguirá alimentando la apatía de los electores aztecas. Incrementar, al menos, el porcentaje de votos para mantener el registro sería un buen principio.
   Mantener la tradición que ubica a las tres corrientes ideológicas identificadas como derecha, centro e izquierda, es más que suficiente para satisfacer las demandas partidistas de los mexicanos.
    Respecto a datos comparativos no necesariamente odiosos, hay que recordar que en la República Popular de China, el Palacio del Pueblo está integrado por tres mil diputados llegados de todas las provincias del gigante asiático. Pero existe una pequeña diferencia con democracias como la mexicana: los legisladores chinos no cobran ni un céntimo de yuan por sus servicios legislativos.
   En los Estados Unidos de Norteamérica el abstencionismo electoral es bastante marcado, pues, en ocasiones, solo votan un 12 por ciento del padrón. La diferencia con México es que los contribuyentes estadounidenses no mantienen ni a partidos ni a candidatos y tampoco les cuesta las campañas electorales.
   ¿Cómo la ve?
    Y hasta la próxima.


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Editores periodico frontera

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