Escenarios,,,miguel de la rosa
Las calles de
Buenos Aires, fueron para Jorge Francisco Isidoro Luis Borges, tema natural
para su poesía, porque bien cabe reconocer, que este personaje del siglo
pasado, dejó en sus poemas, una parte de su esencia como hombre capaz de creer
en el amor, más allá de en sí mismo.
El celebérrimo Borges fue un gran
ensayista, cuentista y poeta. Llegó a decir, que la novela era poco menos que
necesaria, por la exagerada largueza de sus temas. Esa afirmación explica el
por qué nunca produjo alguna obra en este género.
Desde su pre adolescencia,
incursionó en la poesía sin omitir leer a Miguel de Cervantes
y a los 7 años, le dedicó un cuento en
relación a unos capítulos de la magna obra: La Visera Fatal.
Traductor innato, demostró a la
corta edad de 11 años, la capacidad de reinventar el idioma de grandes obras de
literatos consagrados. Entonces, las obras de Oscar Wilde las tradujo con
singular maestría.
Como lector de Walt Whitman, le
rindió, como lo hacen la mayoría de los poetas, pleitesía al mar. En Himno al
Mar, logra imbricarse al estilo del autor norteamericano con identidad
asombrosa: “Oh mar¡ o mito¡ o largo lecho¡ Y se porque te amo. Se que somos muy
viejos. Que ambos nos conocemos desde siglos. Se que en tus aguas venerandas y
rientes ardió la aurora de la vida”.
Es a los 24 años, cuando da a conocer su
primer libro de poemas: Fervor por Buenos Aires. Con la portada rústica
elaborada por su hermana Norah, admite que Europa lo cautiva y la ciudad
capital lo abruma porque la siente floja y marchita. En el poema Sábados,
transmite la sensación de la oscuridad que con el tiempo, sufriría en carne
propia: “Afuera hay un ocaso, alhaja oscura, engastada en el tiempo y una honda
ciudad ciega de hombre que no te vieron”.
Cáustico y apegado a sus filosofía
política, convive en un mundo que le ataca por sus ideales y por sus cercanías
con los hombres del poder que lo ejercen a ultranza. En El Ajedrez, sintetiza
el conocimiento del andamiaje en que se ve obligado a transitar: “En su grave
rincón, los jugadores rigen las lentas piezas. El tablero los demora hasta el alba
en su severo ámbito en que se odian dos colores. Adentro irradian mágicos
rigores as formas: torre homérica, ligero caballo, armada reina, ey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores”.
Con su sempiterno amigo: Adolfo Bioy
Cáceres, jugó con la novela policiaca. Es en este género, donde aprende a
admirar al celebre autor inglés, Gilbert Keith Chesterton, de quien se dice
admira y deja influenciar por su estilo de escritura, pero que ya después,
admite que le abandonó por aburrimiento.
El amor lo conoció cuando vio por
primera vez a Estela Canto, al grado de inspirarle algunos pasajes de su
increíble cuento: El Aleph. Ella jugó con el amor que el le profesó y le enseña
lo que todos supieron: la intolerable posibilidad de Borges de seducir al sexo
opuesto. Y si fue desdichado en lo concerniente del amor, lo admite en una
frase celebre: “Las mujeres me han hecho desdichado, pero la felicidad que he
obtenido de ellas, compensa toda la desdicha. Es mejor ser feliz y desdichado,
que no ser ninguna de las dos cosas”.
Aceptó que siempre estuvo enamorado
y que para él, el amor era una especie de revelación. En el poema, Antelación
del Amor, sostiene: “Ni la intimidad de tu frente clara como una fiesta. Ni la
privanza de tu cuerpo aun misterioso y tácito de niña, ni la sucesión de tu
vida situándose en palabras o acallamiento serán favor tan persuasivo de ideas,
como el mirar de tu sueño implicado en la vigilia de tus ávidos abrazos”.
Se dijo que nunca le dieron el
premio Nobel de Literatura por una visita inadecuada y a destiempo al dictador
chileno Augusto Pinochet. Y más allá, se justifica la pérdida del galardón por
dirigir un mensaje cuando recibe el Honoris Causa precisamente de la
Universidad de Chile, donde justifica el uso de la espada, ante el desorden que
prevalecía en países del cono sur. Y bien se dice, que dicho premio, le afectó
tanto, al grado de ejercer una crítica feroz contra si mismo.
Jorge Luis Borges, argentino y con
tendencia afrancesada, fue un hombre ensimismado y por lo tanto, introvertido.
La dependencia con su madre, que a la larga fue la gran compañera de su vida,
le coartó la posibilidad de llevar una vida en matrimonio pleno. Las
aproximaciones a ese tipo de vida, se diluyeron cuando el mismo decide vivir
para ella y ella para el.
En el poema Los Espejos, nos hace
sentir lo que siente de su cotidianidad: “Yo sentí el horror de los espejos, no
sólo ante el cristal impenetrable, donde acaba y empieza, inhabitable, un
imposible espacio de reflejos”.
La personalidad de Borges fue controvertida,
como corresponde a un grande de las letras. Fue él para sí mismo y vivió en sí
mismo. La enorme duda queda, cuando se lee una frase lacónica que dictó y que
los blandos de su biografía prefieren aceptar que nunca la dijo: “he cometido
el peor de los pecados; no he sido feliz”.
Pero esa sensación sólo le
correspondió a él sentirla.
Si es que se dio.
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