Por: María
Jaramillo Alanís
Razones y
Palabras…
Ciudad
Victoria, Tamaulipas.- No podía ser de
otra manera, la locura, la impericia política, la ignorancia, su ilegal
asunción al poder, los unió desde el primer día. Nadie a ciencia cierta sabe qué
se dijeron aquel día el par de granujas,
sólo que el paso de los días ha dando cuenta del tamaño de sus traumas y
necesidad de reconocimiento.
Uno le
dice al oído al otro, en susurro para qué no escuchará ni su conciencia:
-Te
traicionaron, ellos lo mataron.
El otro
apretó los dientes, creyéndole al qué tenía más jerarquía, pero no la razón, y cómo
no tenía nada qué perder ni qué ganar, denodadamente impulso la infelicidad
propia, la de su familia, sus gobernados e inundo de tristeza al partido que lo
llevo al poder.
Por esa y
no por otra razón, cada uno de sus días con sus noches se afanó en hurgar el pasado, sólo encontró espejos. Pero
tampoco se dio cuenta lo qué significaban.
Los
espejos reflejaban con claridad la
abundancia en la casa familiar, la mesa servida con los mejores platillos y
vinos, los viajes hacía al extranjero. Lentamente guardó en el fondo del baúl,
pedacitos de su prototipo de hombre honrado a carta cabal.
Luego, el
gandul mandó a callar a todos con la consabida amenaza:
-¡Estás
conmigo o en contra mía!
Los
adinerados, simplemente lo ignoraron, nunca había sido más que el Jr., al qué
le gustaba el whisky, vestir playeras marca “polo” porque con esas se sentía cómodo
jugando la cascarita en el golf. Tampoco era de los que soñaban con grandes
cosas, si acaso una empresa que le diera
para vivir, cosa que con el tiempo, un ganchito y un amigo gobernador, se le
cumplió.
Los que
poco o nada tenían, optaron por la
fácil, agachar la cerviz y andar de hinojos.
Decían,
tratando de acallar su mediocre conciencia:
-Estar
adentro porqué otros seis años nos los aguanto.
Desde
afuera se veían igualados, los adinerados y el infeliciaje; mezquinos, ruines, canallas,
y todo eso que se dice de quienes olvidaron a su viejo amo, por una correa
nueva, cicatera, tirana.
Así los
truhanes se adueñaron de vidas y bienes de los pobladores, y éstos
poco podían hacer. Algunas veces se atrevían a asomar la nariz tenían miedo de verle a los ojos al tirano,
más que a las balas, total se decían unos a otros:
- Si te
toca ya ni sientes nada, estarás muerto.
Aunque los
encuentros violentos con armas de grueso calibre aumentaban en aquel poblado,
la vida seguía, acaso en la espera de que sucediera un milagro.
Y día y
noche se mantenía encendida la luz de la Virgen de Guadalupe y al mismo tiempo se rezaba
una plegaria, bajito, en murmullos...
-Haznos la
caridad Virgencita…quítanos esa chusma de encima.
0 comentarios:
Publicar un comentario